jueves, 5 de julio de 2018

La celda del Hermano Diego (Complejo Arquitectönico San Agustin)

Presentacion

La parroquia de San Agustín de nuestra querida ciudad de Guadalupe, se complace en poner en valor la celda del hermano Diego. Este sencillo recinto se ubica a continuación de la Sala De Profundis, en el crucero derecho luego de ingresar por la nave principal del santuario de la Virgen de Guadalupe, este lugar aunque sencillo en su arquitectura – de gran valor religioso e histórico y que se ha mantenido tal cual a pesar del tiempo.
Deseamos que esta celda y la historia de amor y sacrificios de Fray Diego para con Dios y la Virgen de Guadalupe, fortalezca nuestra identidad y nos llene de espiritualidad, respeto y amor.

HERMANO DIEGO EL ERMITAÑO DE GUADALUPE

Según el historiador Luis Lostaunau Rázuri, cuya fuente de consulta es la Crónica Agustina de Bernardo de Torres, página 782, “El Hermano Diego o El Ermitaño de Guadalupe, cuyo nombre es Diego de Leyva y Martinez, nació en Chilapa, Marquezada del Valle, México. Llegó a nuestro país muy joven en el año de 1574, llevando una vida un tanto despreocupada, hasta que por azares del destino perdió la vista y luego de pasar por Chuquisaca (Bolivia) y Ambato (Ecuador) como hermano lego, rogó ser traído al Santuario de la Virgen de Guadalupe de Pacasmayo.

Llego al monasterio de Anlape un año antes del terremoto de 1619, sobrevivió a la catástrofe y cooperó en la edificación del actual santuario y monasterio. Veintiséis años sirvió con la mayor humildad y mejor solicitud a Nuestra Señora de Guadalupe, a pesar de su inferioridad física y sólo profesó a la víspera de su fallecimiento.
Los cronistas agustinos de su época, emocionados, relatan grandes prodigios obrados por la Virgen a través de tan modesto siervo y son ellos los que hace casi cuatro siglos ya lo llamaban santo.

Para honra de éste celebre Monasterio de San Agustín y a la vez de la ciudad de Guadalupe, aún se conserva por divina voluntad lo que fue su exigua celda, lugar sagrado, lleno de modestia y devoción, de oración y tormento, fiel reflejo de la esclarecida personalidad de fray Diego.

Su bienaventurada celda, un insignificante rincón pegado al machón exterior de la sala “De Profundis”, distaba, a decir del cronista Bernardo de Torres, cien pasos al trono de la Santa Madre de Dios.

Diego era, por propia voluntad, su guardián, y su celda era eso: la estancia de un guardián, lugar simple pobre, un poyo de adobe por cama, un nicho desproporcionado para el libro de oraciones (que un fraile amigo leía por él).

El hermano Diego cortaba flores para la Santa Patrona, además cuidaba las frutas que una vez maduras, repartía a los menesterosos, de esta labor terrena, queda en los encalados muros de su celda, hileras de palotes con los que presumiblemente llevaba cuentas y apuntes, incisos y susceptibles de poder interpretar al tacto a causa de su ceguera.

FRAY DIEGO

Cuenta la historia que a fray Diego le encantaba cultivar las rosas y demás flores del huerto de la Virgen, las que posteriormente adornarían su altar.

Con admirable eficiencia y esmero seleccionaba las flores por colores, argumentando que la sagrada imagen le había pedido que en determinado día su altar estaría adornado sólo con flores blancas y al día siguiente sería con flores rosadas, tal vez amarillas la semana entrante o quizá su madrecita (Virgen Maria) le pida sólo rosas rojas.

El detalle de esta historia es que Fray Diego era completamente ciego, así pues se le atribuyen otros tantos milagros.

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